sábado, 3 de marzo de 2007

Patricia Alfaro González


En ocasiones me pregunto cómo es que llegué a este punto. Hace unos instantes mi vida se dirigía hacia otra dirección, por un camino muy distinto, pero en este preciso instante estoy parada en un sitio extraordinario, el lugar donde confluyen mis razones por y con las que amo la vida: la ciencia, la literatura, la comida. Es difícil descifrar el porqué tome el camino de la comida, no quiero decirme experta cocinera ni mucho menos pretenderme chef potencial, así, tampoco me considero juez, ni crítica, ni inventor, ni hacedora de cocina; mas bien me declaro comedora profesional y hambrienta eterna. Durante muchos años de mi vida he practicado el deporte de comer por el gusto de comer, de sentarme a la mesa por el gusto de compartir, luego he comprendido que cocinar y servir hacen de la experiencia una maravilla sin comparación, es una satisfacción indescriptible.


Analizando la situación, lo de comedora y cocinera lo inspiró la persona que ha inspirado todo en mi vida; la única que se ganó mi respeto por el simple hecho de existir, la única que ha comido cada invento que de mi cocina sale, aunque después vaya directo al basurero: Laura.


Laura acompañó mis primeros años de vida, me privó de muchas preocupaciones sustituyéndolas por cosas divertidas. Jugábamos con masa para galletas, peleábamos por comer lo que queda de la pasta para pastel… discutíamos enardecidamente por defender nuestros ridículos y mal hechos cuernitos de nuez. Me orilló a probar tantas cosas, convenciéndome de que esa era la única manera de saber quienes somos y lo que nos gusta de verdad.


Laura no cocina gran cosa, no puedo decir que de ella aprendí o que el verla en la cocina me inspiró para dedicarme al ramo gastronómico. Laura me inspiró porque verla comer causa placer, sus opiniones provocan; porque con el paso de los años la relación se ha hecho mucho más estrecha, y aunque la distancia se ha hecho muy grande desde hace unos años, no puedo olvidar sus ojos curiosos mirando la comida, sus preguntas abrumadoras e insistentes, sus dedos imprudentes, su ansiedad por sentarse a comer. Esa es mi motivación al cocinar, esperar que algún día lo que hago se perfeccione, para darle miles de razones para ser feliz, miles de sabores nuevos o no tanto, miles de combinaciones deliciosas… después de todo, qué más puedo darle yo, a quien guío mi vida desde que nací, sin pedirme nada a cambio.


Laura es mi hermana, la mejor comensal que he conocido, y aunque hace años que no cocinamos juntas, el recuerdo del pasado y la esperanza del futuro son el motor del presente.


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