Pragmática y de enormes ojos azules, estricta como soldado sin dejar de parecer petit four, así es Ángeles Balada.
Su acento es español y su peculiar forma de pronunciar la “h” ya nos devela un origen catalán, la recia actitud y la pasión nos enseñan que es una chef, y una apasionada de México.
María de los Ángeles, su nombre completo, nos transmite clase a clase esa pasión que a veces los aspirantes a chef perdemos, nos infusiona con la capacidad de ser mejores, de errar pero siempre para corregir, ahí está, enseñándonos a todos aquellos que hemos perdido la fe en lo sublime de esta profesión, que aún podemos sorprender y agradar.
Para ella la cocina es un arte sublime, pero siempre práctico, una expresión atemporal del hombre, pero siempre en tiempo, una necesidad, pero también un lujo, que no necesita más que ser simple, de buen sazón y aspecto. Eso, a sus ojos, es lo que hace un plato hermoso y un cocinero completo.
Estar en su clase es juntar el aceite y el vinagre, tan compleja como una bearnesa pero tan divertida como hacer choux, un huevo frito, o una esponjada nube de pitahaya.
Solo una frase la define y engloba este homenaje, resume sus enseñanzas y su forma de vivir la gastronomía, encierra el secreto para dejar de ser un pinche y volverte un cocinero consumado, te da un nuevo discurso, porque después de todo:
“Señores, esto es cocina, no filosofía.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario