jueves, 1 de marzo de 2007

Alma Dafne Muñiz Velásquez

Pragmática y de enormes ojos azules, estricta como soldado sin dejar de parecer petit four, así es Ángeles Balada.

Su acento es español y su peculiar forma de pronunciar la “h” ya nos devela un origen catalán, la recia actitud y la pasión nos enseñan que es una chef, y una apasionada de México.

Cocinera de formación profesional, y gastronomita de instinto, la chef Balada no deja de sorprender, ya sea con un currículo que abarca desde laborar en cafés como el Colombia, hasta la docencia en distintas y prestigiadas universidades, pasando por una estadía en el Bulli de su compatriota Ferrán Adriá, o simplemente dando la frase correcta, criticando hasta la alegría o desazón un plato, o dando las novedades de la Vanguardia Española.

María de los Ángeles, su nombre completo, nos transmite clase a clase esa pasión que a veces los aspirantes a chef perdemos, nos infusiona con la capacidad de ser mejores, de errar pero siempre para corregir, ahí está, enseñándonos a todos aquellos que hemos perdido la fe en lo sublime de esta profesión, que aún podemos sorprender y agradar.

Una incansable mujer, apasionada de la fotografía, obsesiva de la perfección y enamorada de la cocina, su amor por el mundo se manifiesta en texturas, su amor a México con sabores y el recuerdo de su patria con olores, todo en el justo balance que hacen de ella un plato exquisito, un manjar que hay que degustar con reservas, pero nunca dejar de probarlo.

Para ella la cocina es un arte sublime, pero siempre práctico, una expresión atemporal del hombre, pero siempre en tiempo, una necesidad, pero también un lujo, que no necesita más que ser simple, de buen sazón y aspecto. Eso, a sus ojos, es lo que hace un plato hermoso y un cocinero completo.

Estar en su clase es juntar el aceite y el vinagre, tan compleja como una bearnesa pero tan divertida como hacer choux, un huevo frito, o una esponjada nube de pitahaya.

Solo una frase la define y engloba este homenaje, resume sus enseñanzas y su forma de vivir la gastronomía, encierra el secreto para dejar de ser un pinche y volverte un cocinero consumado, te da un nuevo discurso, porque después de todo:

“Señores, esto es cocina, no filosofía.”

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