jueves, 1 de marzo de 2007

Ana Paula Fresán Jiménez



La persona de la que yo quiero hablar es de mi abuela. Ella me inspiró a fin de cuentas en muchas cosas para estudiar Gastronomía.

Ella era de esas personas ocupadas toda la mañana dando clases de cálculo y cosas así. Lo más chistoso es que era como si fuera nuestra mamá, ya que la verdadera realmente trabaja de sol a sol y era la abuela quien se ocupaba todo el tiempo de nosotros, se preocupaba porque comiéramos y por lo que comiéramos. Ella era la que nos cocinaba día a día y yo no sabia como le hacia para tener la comida lista tan rápidamente después de que llegábamos juntos de la escuela.

Sus lasañas y sus carnes eran tan buenas como los postres de lata que a veces se inventaba y a final de cuentas, cuando abrí los ojos a la realidad, me di cuenta de que todo era cosa casi de “ábrase, caliéntese y cómase”.

Y de las sopas, pues qué les puedo decir, esas sí eran horrendas, es más, gracias a ello, yo tenía mi credencial oficial del club de Mafalda.


Ella nació en Guanajuato, en una casa que para cocinar todavía tenía el fogón con leña y un pozo de agua a un lado. Creció junto con los olores del atole, la capirotada, que sólo ella sabía hacer y los famosos buñuelos, que ahora los encuentras sólo en el mercado, en donde, por tradición, cuando acabas de comértelos, pides un deseo y avientas el plato contra la pared de la iglesia. Claro que en casa de Esperanza no les daban permiso de tremenda barbarie.

Ella, al pasar los años decidió estudiar cocina, pero su papá no la dejó porque le dijo: “Tú, Pancho, ya sabes que eso no es una profesión, así que tienes de 2 sopas y una ya se acabo: o estudias matemáticas o estudias matemáticas” ¿Ya adivinaron que estudió no?

Bueno, a ella le gustaba mucho la historia y cada vez que salíamos de viaje nos contaba a cerca de cada lugar; pero eso sí, de cada uno de ellos era imposible que dejara atrás una referencia del platillo de preferencia del lugar.

Entonces, desde que soy muy chica tengo memoria de los viajes que hicimos tan sólo por lo que se come en esos lares.

Para concluir, solo quiero decir que me alegra haber estudiado esta carrera, me aportó mucho de mí misma. En cuanto a mi abuela, creo que no la extraño tanto, porque todos los sabores que ella tenía logró pasármelos y es como si la tuviera al lado todo el tiempo. Y así es como, en vez de ese santo de la cocina, yo tengo a mi abuela que me protege del fuego y las cortadas en la guerra de la cocina.

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