martes, 27 de febrero de 2007

Leonel Resenos Domínguez

Los chefs que dan cátedra en la UCSJ han contribuido con sus conocimientos y experiencias en la formación de los alumnos que estudiamos gastronomía. También ha existido y existe mucha gente que ha realizado grandes cosas por este arte, aportando conocimientos básicos para su desarrollo y mejora, a los cuales se les admira y respeta. Sin embargo, la persona por la que tuve interés en la cocina es mi madre.

Ella se llama Maricela Domínguez Trujado, nació el 16 de enero de 1959, en el municipio de Tlalmanalco de Velásquez, Estado de México. Es una persona sencilla, divertida, alegre, que creció y se desarrolló en un ambiente rural. En su infancia asistió al colegio, llegando solo a cursar el segundo semestre de preparatoria, debido al machismo de su papa. A pesar de ello, tomó algunos cursos de cocina, de costura y estilista. A los 18 años contrajo matrimonio con mi padre, con quien concibió cuatro hijos. Desde entonces se dedico a cuidar de ellos, así como del hogar. Cada fin de semana, mi mamá, junto con mi abuelita, cocinaban para la familia, deleitándonos con sus buenos guisos, lo que continuó hasta el fallecimiento de mi abuelita, suceso que marcó un distanciamiento en la familia.

Ahora mi madre sigue cocinando para nosotros y en ocasiones lo hago junto con ella, recordado con ello el buen sazón de mi abuelita...

Óscar Espinosa García

LA CHEF QUE MÁS ME HA INFLUIDO

Guadalupe García Rojas

La chef que más me ha influido, nació en los Reyes de Juárez, Puebla, en el año de 1940. Vivió en la pobreza durante su infancia, la mayor parte de ésta fue estar viajando de pueblo en pueblo, porque su mama era comerciante, esto le permitió probar desde muy temprana edad una gran variedad de productos y formas de cocinar.

Al mismo tiempo, una de sus hermanas, en busca de un mejor futuro, viajó a la ciudad de México. Logrando establecerse como comerciante en el mercado de la Merced.

A los quince años, Guadalupe también dejo su pueblo y vino a la ciudad, en donde laboró como nana en una casa de árabes. Dos años después, laboró de lo mismo con una familia judía pero no duró mucho tiempo. Estos trabajos le permitieron ampliar su conocimiento gastronómico.

Después de estas experiencias, se dedicó a trabajar por su cuenta en el mercado donde su hermana laboraba. El mercado de la Merced, en este lugar conoció a la persona con la cual se casaría y tendría ocho hijos.

La vida con su esposo tampoco sería fácil, por el hecho de que la abandonaría, dejándola sola y sin ningún apoyo para el cuidado de sus hijos.

Actualmente es un ama de casa que aplica todos sus conocimientos culinarios en la elaboración de recetas de su invención. Además de perfeccionar las técnicas de la elaboración del mole.

Carolina Ramírez Montes


Susana Santiago Hernández, la más dulce de las mujeres, de origen indígena, de un pueblo que se llama San Pedro Queatoni en la sierra del Estado de Oaxaca. Llegó a mi casa a sus jóvenes 12 años y permaneció a nuestro lado 12 años. Mi abuela materna la conoció aun más pequeña, y cuando Susana quedó huérfana, la trajo al distrito para que le ayudara a mi mamá, quien acababa de tener a mi hermano mayor.

Noble y muy trabajadora, recuerda mi mamá con qué cariño nos recibió siendo nosotros unos bebés.

Mis primeros recuerdos en la cocina son al lado de Susana. Mi mamá ha trabajado toda su vida, así que, Susana era la encargada de la casa, tanto de administrar el dinero para las compras, como de tener la casa en orden, y a mi hermano y a mí en paz.

Recuerdo que Susana siempre hacía tortillas, muy rara vez iba a comprarlas. Ella prefería preparar su masa, para hacernos unas delicadas, blancas y ricas tortillas.

Tenía su tortillero de metal y otro de madera que trajo de su pueblo.

Susana era parte de nuestra familia y siempre tuvo su lugar en nuestra mesa.

Ella me contaba que una imagen muy común en la sierra, eran las mujeres mixes cargando a sus bebés, acogidos con su rebozo en la espalda y dándoles a morder un chile verde, un jitomate y sus tlayudas.

Susana cocinaba de manera muy ordenada y extremadamente limpia. Recogía su larga cabellera negra con un chongo. Sus viandas no eran complejas, pero sí muy ricas. Cocinaba mucho pollo. acía un pollo que le quedaba de un verde muy brillante, lo cual a un niño le llamaría mucho la atención. Dicho platillo era el mejor que ella tenía, mi mamá y yo hemos intentado hacerlo con las instrucciones que Susana nos daba, pero jamás no ha quedado igual. Es un pollo con orégano (de Oaxaca), ajo molido al momento, sal, pimienta, papas cocidas y un toque de aceite de olivo. Nunca he vuelto a probar un pollo con un sabor tan suculento como el que mi nana preparaba.

Desde temprano se levantaba a darnos de desayunar y preparar nuestro “lunch”.

A Susana le gustaba hervir la leche para obtener la nata y untarla en un pan, aderezando con un poco de miel.

Susana nos acostumbró a tomar agua fresca de frutas (una de las tantas cosas que le agradezco, ya que en mi casa, hasta la fecha no acostumbramos tomar refresco), hecha unos minutos antes de sentarnos a comer, limón, chia, pepino, alfalfa, piña, avena, guayaba, melón sandía o combinación entre varias frutas

Susana tiene una hermana menor de nombre Magdalena, una mujer bellísima, jovial y muy inteligente. Ella a diferencia de Susana buscaba trabajos en casas de zonas residenciales, donde entraba de cocinera, en esas casas aprendió a hacer platillos bastante sofisticados y algo de pastelería. Como Malena era de un carácter sagaz y entrón, nunca se dejaba de sus patrones soberbios, por lo cual de manera periódica dejaba de trabajar en esas casa, así llegaba a mi casa unos días, y Susana aprovechaba este tiempo para ir a su pueblo.

Malena conocía de especias y productos deli. Muchos de ellos sólo los conocí en ese momento de nombre o por lo que Malena describía.

Susana y Malena también cocinaron a lado de mi mamá, quien pese a nunca estar en la casa, cuando decide cocinar, lo hace de manera triunfal. Las tres como buen ejemplo de cocineras oaxaqueñas, preparaban los tradicionales moles: negro, rojo, verde, coloradito, amarillito y chichilo, también preparaban sopa de guías, chiles pasilla rellenos de picadillo, salsa de queso y chocolate preparado por ellas mismas. Ellas me enseñaron a apreciar el chocolate de agua más que el de leche, a calmar mi sed y antojo con un refrescante tejate, tomar mi agua de horchata con trozos de melón, nuez y con una bola de nieve de tuna. Botanear con unos totopos y frijoles con hoja asada de aguacate, a perfumar mi caldo con hoja santa o hierbabuena. También a entender que algo muy propio de nuestra cultura es el itacate, y que no es mal visto recoger la comida que no termines. Haciendo mención a esto, mi mamá me contaba que cuando ella era niña el itacate que recogías en las fiestas (tamales, higaditos, marquesote, pan de yema o de cazuela, etc.) se envolvía en tlayuda doble, ahora el anfitrión reparte bolsas.

Mi mamá siempre ha sido afecta a escribir las recetas que hace o le enseñan. Ella actualmente tiene un pequeño recetario con algunas recetas de mi abuela, tías y mayoras de su pueblo (Tlacolula de Matamoros, Oax.).

Por todo lo anterior y otras situaciones que me emocionan bastante, quiero agradecer a estas tres grandiosas mujeres que me enseñaron el amor, pasión y respeto que la cocina y la gastronomía merecen.

Mi mamá, Susana y Malena no solo me enseñaron bases en la cocina, también me han dado grandes cátedras de amor, respeto, honestidad, dignidad y fidelidad.

Felicitas Montes Palacios

Mi mamá

Susana Santiago Hernández

A la derecha, cargando una mamila.